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EL NOMIC: recuerdo de lo que no fue* por Héctor Schmucler

En la Declaración de Praga de la Mesa Redonda McBride1 se dice que «en la actualidad el mundo desarrollado está habitado por un número creciente de sociedades que carecen de valores». No es frecuente encontrar afirmaciones de tal contundencia en escritos de esta naturaleza que, por lo general, buscan la tibieza que posibilita el consenso. El hecho, a la vez que auspicioso, señala la gravedad del momento en el que vivimos y que, sin embargo, es mayoritariamente celebrado como un renacimiento esperanzado. Yo agregaría, para ahondar el diagnóstico, que esa falta de valores no es patrimonio exclusivo del mundo desarrollado sino que envuelve gran parte de los llamados países subdesarrollados.

Obligados al optimismo, los papeles con que concluían las innumerables reuniones internacionales dedicadas a la comunicación tendían a confirmar la creencia en una historia que necesariamente debía marchar en una dirección favorable a los seres humanos; aunque la realidad que

* Presentado como ponencia en el encuentro organizado por la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas y por el Instituto para América Latina «América latina: las comunicaciones cara al 2000», Lima, 1990. Con el título original («Comunicación contra lo humano») fue publicado en Pedro Goicochea (ed.), América latina: las comunicaciones cara al 2000, Lima, ipal-wacc, 1991, que recoge los trabajos presentados en ese encuentro.

     

  1. La Mesa Redonda McBride está constituida por organizaciones no gubernamentales. Realizó su segunda reunión en Checoslovaquia entre el 21 y el 22 de setiembre de 1990, con la participación, básicamente, de representantes de organizaciones profesionales del mundo, vinculadas al estudio y la investigación de la comunicación masiva.
  2.  

 

provisoriamente se vivía estuviera atravesada por la injusticia, el desconsuelo y el hambre. Los problemas sociales de la comunicación, definidos como tales sólo en fechas recientes, fueron observados con matrices intelectuales que se venían conformando desde siglos antes. Teorías e instituciones nacieron de ese optimismo y sirvieron para sustentarlo. Una particular forma de razonar se había impuesto como la única legítima para comprender el mundo y había erigido a la ciencia como cifra de todo entendimiento.

El proceso -marchar hacia adelante- fue descripto como posible en una sola dirección y se volvió meta indiscutible (tanto como indefinida) del accionar inspirado en la razón instrumental. Razón y progreso construyeron la nueva torre a través de la cual algunos hombres pensaron llegar al cielo. El optimismo a veces enceguece e impide percibir todo lo que se pierde en lo que aparentemente se gana: en la construcción de artefactos se inscribió el significado de la acción humana y se fue diluyendo el sentido del vivir. Los valores, estrictamente, tienen que ver con ese sentido, que apela a la intimidad y a la comunión más que a la ingeniería de la transmisión.

En los días que corren, muchos comprueban que ese marchar hacia adelante no era el destino irrenunciable marcado por una tecnología del espíritu o de la materia. En ese impulso, la comunicación fue entendida como instrumento para un progreso despreocupado de valores, ansioso de olvido, fascinado por el espectáculo de lo novedoso. Así, la abundancia del desarrollo -también abundancia de datos que a veces se confunde con el saber- se sostiene sobre un desierto de valores. No en vano el punto de llegada que hoy parece vislumbrarse, ese vivir desapasionadamente que algunos proclaman como el fin de la historia, se revela indeseable.

Si pudiéramos escapar de la coerción instrumental, deberíamos pensar la comunicación como un acto y no como una mera mediación. La comunicación como un recordar y no como un momento fugaz que se extingue en busca de futuro. La memoria insiste, no avanza. El sentido del vivir, el goce de compartir, se realiza en sí mismo. La comunicación, en cuanto momento constituyente de la comunidad, poco tiene que ver con el pasaje instrumental de mensajes. El enunciado «comunicación para la humanidad»2 supone dos categorías autónomas, una de las cuales sirve a la otra. Si retomamos la idea de comunicación como acto, la relación entre

2. «Comunicación para la comunidad» fue el tema del I Congreso Internacional de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas (wacc) , que se realizó en Manila entre el 15 y el 19 de octubre de 1989. El mismo nombre, «Comunicación para la comunidad», lleva la declaración aprobada en ese congreso.

 

los términos exige la cópula «comunicación es comunidad». Cuando la comunicación se confunde con la transmisión de mensajes, la comunidad se reduce a una descripción socio-demográfica y arriesga convertirse en parodia, cuando no en sarcasmo, de su sentido originario. Desde el lugar de lo comunitario, la dominante versión tecnocibernética de comunicación no es otra cosa que uno de los articuladores del mundo mercantil triunfante, es la forma esplendorosa de la sociedad-mercado.

No es fácil evitar la sensación de que vivimos una época de hundimientos. Sin embargo, y porque todo se conmueve, también esta época permite el mayor optimismo, el de la lucidez. («Allí donde está el peligro», escribe Hölderlin, «crece también lo que salva».) Optimismo en medio de la confusión mediante el modesto recurso de formularnos nuevas preguntas, de construir la realidad desde perspectivas inusuales en el pasado. No se trata, insisto, de buscar respuestas nuevas a viejos interrogantes. Deberíamos reformular los problemas. El punto de partida antes del balance de logros y fracasos, de aciertos y errores, debería ser el reflexionar sobre los presupuestos que indujeron a elaborar las preguntas que sí nos hicimos. Pero con el mismo interés e intensidad deberíamos meditar por qué otras fueron silenciadas o fuimos incapaces de encontrarlas.3

 

3. En el número once de la revista Comunicación y Cultura (marzo de 1984) nos preguntábamos si «no habrá llegado la hora de cambiar los temas de la discusión» en el momento en que un nuevo orden tecnológico se deslizaba implacable, «desinteresado de los debates sobre el Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación». Un año después, en el número trece de la misma publicación, Sergio Caletti enfatiza la sospecha, y en un notable artículo donde señala las razones de su fracaso sostiene que el nomic se ha convertido, parafraseando un tango argentino, en «un fantasma del viejo pasado». En el mencionado número once, dedicado al Año Internacional de la Comunicación que se había celebrado en 1983, una serie de trabajos dan cuenta del estado del debate internacional y de la angustiante situación del nomic:. En «El Nuevo Orden Informativo reubicado: de la unesco a la urr», Fernando Reyes Malta da cuenta del vacío conceptual que había sufrido el nomic, y Federico Fasano hace una crónica de la xxn Conferencia General de la unesco que, dice, «el 27 de noviembre de 1983 culminó en París y donde el viejo orden logró contener los avances reformistas, dividió las fuerzas del cambio, oscureció los conceptos aprobados en la Conferencia General de Belgrado». Pero Nicolás Casullo, que había asistido a la xxi Conferencia en 1990, en su artículo «1980. La unesco discute el informe McBride», refiere cómo ya en Belgrado el todavía noii (Nuevo Orden Informativo Internacional) había mostrado su endeblez: «… existe la necesidad de resolver gruesos vacíos, dialogar sobre indudables diferencias intra Tercer Mundo, y sobre todo desmitificar los propios significados de un noii, que muchas veces queda reducido a un eslogan político insuficiente para explicar las distintas facetas que lo componen, qué es lo que busca y qué se quiere decir cuando se habla de un nuevo orden.

«Decir que Belgrado mostró las posiciones de los países postergados frente a los intereses, por lo menos verbalmente jaqueados, de los grandes, sería algo objetivo, alentador sin duda, pero escaso, conformista. Sería adherir al bastante frágil lenguaje periodístico de la izquierda más alineada, que piensa que solamente el enemigo, y no también las contradicciones, los vacíos y las cegueras propias, constituye el problema a resolver».

 

 

260 nostalgia dk la políhía

En la Declaración de Praga ya mencionada se indica que, al quedar enteramente en manos de organismos no gubernamentales, «el debate sobre el Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación ha retornado […] al lugar de donde había partido» y más adelante se subraya que en esa segunda Mesa Redonda McBride «fue posible, por primera vez, discutir el nomic en una atmósfera libre de la vieja polarización ideológica de los bloques de poder». Haciendo nuestra esa libertad, quisiera interrogarme tal vez excesivamente’, el nomic, nacido noii, ¿fue algo más que una ilusión construida con espejismos que circulaban como verdades sólo en reuniones internacionales de expertos o en ocasionales agrupamientos de Estados? ¿Había partido, realmente, de organismos independientes de los gobiernos? Cuando se busca el origen temporal del noii suele señalarse como punto de arranque la reunión de jefes de Estado y representantes gubernamentales de los países no alineados de 1973 en Argelia. Un antecedente insoslayable había sido la Conferencia General de la unesco que en 1970 autorizó al director general a «ayudar a los Estados miembros a formular sus políticas relativas a los grandes medios de información».4Más tempranamente, en 1946, una de las primeras resoluciones de las Naciones Unidas, la número 59, aludía a la libertad de información y establecía que todos los Estados miembros deberían, en sus políticas, proteger el libre flujo de información dentro y fuera de sus fronteras.

Una genealogía del nomic exigiría transitar por acuerdos y desacuerdos entre las grandes potencias cuando se trató el uso del espacio exterior en los años 60, la confusa relación de la Unión Soviética con los países no alineados en los 70, el papel de Cuba en las estrategias políticas latinoamericanas, la singular posición de las dictaduras del continente sobre el tema. Pero una genealogía no es una simple enumeración de hechos sino, al decir de Michel Foucault, es «una forma de historia que da cuenta de la constitución de saberes, de discursos, de los dominios de un objeto». En esa senda, deberíamos indagar, por ejemplo, qué significa el

Ya en 1982, el número siete de Comunicación y Cultura había sido consagrado a «Los límites del debate internacional sobre comunicación». Artículos y notas daban cuenta de las luces y sombras del tema y señalaban, entre otras cosas, la conflictiva relación entre el noii y las políticas nacionales de comunicación. Entre los colaboradores de ese número se encuentran Armand Mattelart, Héctor Schmucler, Luis Gonzaga Motta, Ubirajara da Silva, José Salomao Amorim, Fernando Reyes Malta, Nicolás Casullo.

4. Véase una historia y análisis de las políticas nacionales de comunicación en Luiz Gonzaga Motta y Ubirajara da Silva, «Crítica a las políticas de comunicación: entre el Estado, la empresa y el pueblo», en Comunicación y Cultura, 7, México, enero de 1982. En el mismo número, cf. José Salomao Amorim, «Brasil y el Orden Informativo Internacional».

 

traslado mimético del concepto de Nuevo Orden Económico Internacional al de Nuevo Orden Informativo Internacional.

Recordemos brevemente. En 1962, después de la Conferencia de El Cairo -primera acción de los países del Tercer Mundo en su conjunto tendiente a transformar el sistema de relaciones norte-sur-, las Naciones Unidas convocan a la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, que se realizó en 1964. Durante el período de preparación de la unctad I se había formado el Grupo de los 77, que en 1967 produce la Carta de Argel como anticipo a la unctad n, reunida en Nueva Delhi en 1968.5 Aunque todos reconocen la infructuosidad de las reuniones pasadas, la unctad ni, efectuada en Santiago de Chile en 1972, se llevó a cabo en medio de una singular expectativa política y aprueba la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados como un complemento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La carta, retomada por los países no alineados en Argel, es aprobada, en 1974, por la Asamblea General de la Naciones Unidas. En 1971 se había proclamado la u Década de las Naciones Unidas para el Desarrollo, después de que todos los miembros del organismo internacional hubieran reconocido la inutilidad de la primera.

La reunión de Argel, en 1973, habría de quedar como un momento de culminación y de prueba. Nunca los países periféricos habían encontrado una situación más propicia para hacer oír su voz con más fuerza. Todo parecía posible de ser modificado en función de un Nuevo Orden Económico que permitiera salir del subdesarrollo a una buena parte de la humanidad. Entre las demandas de declaración final, aparecen las líneas que luego se repetirían una y otra vez: «Los países en desarrollo deberían impulsar acciones concertadas para reorganizar los canales de comunicación existentes, los cuales son un legado del pasado colonial».

Mientras tanto, se había desarrollado otra historia que es preciso tener en cuenta para entender lo que estaba ocurriendo en foros internacionales sensiblemente modificados tras el proceso de descolonización: la historia de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (opep) . Constituida en 1960, diez años después eran pocos los que conocían su existencia. En cambio, a partir de 1972, según el embajador mexicano Jorge Eduardo Navarrete, la opep «se coloca en posición de imponer decisiones a los países de economía avanzada», un grupo de países periféricos establece «sus propias condiciones y modalidades a la comercializa-

5. Cf. Hernán Santa Cruz, «La larga y áspera lucha del Tercer Mundo», en Nueva Política, I, 4, México, octubre de 1977. Este número está dedicado al tema «Nuevo Orden Internacional» y, entre otros, colaboran Samir Amin, Willy Brandt, Celso Furtado, FrancoisMiterrand, Jorge Eduardo Navarrete, Olof Palme, Carlos Andrés Pérez y Juan Somavía.

 

ción internacional del petróleo».6 El poder de los dueños del petróleo de la opep ponía a prueba la solidez del mundo industrializado que había montado su complaciente grandeza en el combustible descubierto un siglo antes. Las arenas de los desiertos mesoorientales parecían ser, a la vez, escenarios de pesadillas para el vigor capitalista y de insinuantes promesas para el Tercer Mundo. Fue tal el deslumbramiento que muchos llegaron a creer en las fantasiosas soluciones ofrecidas por el periodista Jean-Jacques Servan Schreiber en su libro El desafío mundial: una alianza contra el petróleo árabe y las computadoras francesas salvaría a todos, pobres y ricos. El tiempo, a poco andar, mostró lo frágil de las expectativas que sólo existían en el reflejo engañoso de las arenas calientes.

Había, sin embargo, razones para pensar que algo estaba cambiando. En 1974, mientras en Nueva York las Naciones Unidas aprobaban el Nuevo Orden Económico Internacional, en París la unesco elegía como director general a Amadou-Mahtar M’Bow, un senegalés partidario del Nuevo Orden de la Información Internacional. En 1974 era evidente una crisis que mostraba aumentos generalizados de la inflación y el desempleo, el desplome del sistema monetario internacional, la multiplicación de capitales flotantes. Era la «desintegración del orden económico establecido a fines de la Segunda Guerra Mundial»,7pero también las condiciones de su reacomodo. Henry Kissinger, secretario de Estado de Richard Nixon, puso énfasis en afirmar que Estados Unidos no se resignaba, que defendería al norte contra el sur, al Occidente contra el Este, a los consumidores de petróleo contra los productores, al dólar frente a las demás monedas. Diez años más tarde, en 1984, en un gesto casi innecesario que sólo subrayaba los atributos del poder, Estados Unidos se retiraba de la unesco. La opep ya había mostrado lo incómodo que le resultaban sus pobres y entusiastas aliados de los años 70; los no alineados, la unctad y el Nuevo Orden Económico Internacional se transformaban en documentos para futuros analistas. El noii, ahora nomic, ya era una fábula que admitía diversas moralejas, un recuerdo de lo que no fue.

El noii, tal como fue formulado, adquiría sentido como parte de un proyecto de transformación de las relaciones económicas en el mundo. Sólo las acciones en pro del Nuevo Orden Económico Internacional hicieron posible su emergencia,8 así como el noei e incluso el lugar que alcanzó el Tercer Mundo en la escena mundial fueron estimulados por el

6. Jorge Eduardo Navarrete, «El diálogo norte-sur», en Nueva Política, cit.

  1. Habib Boularés, «La unesco en subasta», en Jeune Afinque., París, 17 de octubre de 1984
    (retomado en Contextos, u, 42, 31 de diciembre de 1984, México).
  2. Cf. Juan Somavía, «Hacia un nuevo orden de la información», en Nueva Política., cit.

papel que en su momento desempeñó la opep. Prenda de disputa entre potencias, lugar de desenmascaramiento de intereses y tendencias opuestas entre los que parecían aliados, el noii se hizo nomic pero sobre todo pidc, con el dolor de algunos y la complacencia de muchos. El llamado de 1973, que evocaba un común pasado colonial, creía todavía en una recuperación cultural endógena y en la interacción entre países recientemente liberados. La historia mostró que estas palabras, en el mejor de los casos, expresaban la buena voluntad de un pensamiento occidental-iluminista. Pero los contenidos se disolvían ante los hechos. El «sur» y el ‘Tercer Mundo» fueron y son formas irrelevantes de categorizar realidades profundamente dispares.9

 

Si el cuadro histórico permite encontrar huellas que explican la existencia del nomic, ciertos conceptos que articulan sus enunciados muestran contradicciones insalvables con el espíritu que algunos quisieron otorgarle. Para señalarlas, me voy a detener puntualmente en dos contenidos relevantes: la demanda de equilibrio informativo y el uso de la tecnología. La connotación justiciera del reclamo por un flujo de información más equilibrado suscita, sin dudas, un sentimiento de simpatía y apoyo. Pero ¿qué implica una tal demanda?:

  1. concebir la información como un producto más, entre otros bienes
    económicos, pasibles de negociación, «en cuyos respectivos mercados
    mundiales puede efectivamente adoptarse medidas para estimular
    en uno u otro sentido su consumo»;10
  2. otorgar a la información el carácter abstracto que caracteriza la
    mercancía como condición necesaria para establecer comparaciones
    cuantitativas en la valoración de los flujos;
  3. aceptar, de manera trivial, la ecuación «información igual a poder»,
    desvirtuando el sentido instrumental e históricamente situado que
    Francis Bacon le otorgó a su expresión en el siglo xvii, cuando llamaba
    al desarrollo científico como forma de ampliar el dominio inglés.

El Tercer Mundo aparecía intentando usar la información con la misma lógica mercantil con que la utilizaban los diversos imperialismos

9. Cf. J. Galtung, «El informe Brandt: vino añejo en botellas viejas con etiquetas nuevas», en
Balance, crítico y perspectivas. Diálogo norte-sur, México, Nueva Sociedad-Nueva Imagen, 1982.

10. Rubén Sergio Caletti, «El nuevo orden informativo: un fantasma del viejo pasado», en
Comunicación y Cultura, 13, México, marzo de 1985.

 

contra los que se combatía. En los hechos, era indemostrable lo que se quería cambiar cuando se criticaba el «concepto» de información. Suena a hueco la denuncia al sistema informativo dominante que todo lo reduce a mercancía, cuando se reclama un lugar más amplio en el «mercado», es decir, cuando se somete a sus leyes. «Equilibrio» pasó a significar, como en la conocida historia de Alicia, aquello que disponía quien controlaba el poder. No resultó demasiado sorprendente, en consecuencia, que el nomic tocara tierra con el Programa Intergubernamental para el Desarrollo de las Comunicaciones. Ni que la Conferencia de Belgrado de 1980, momento de apoteosis del Informe McBride, mostrara los signos de un funeral. Ninguna nueva criatura había nacido; apenas fue la consagración de lo conocido.

Aún más cargado de consecuencias es el tema de la tecnología, que regresa con persistencia en los discursos del nomic. Para equilibrar, competir, es necesario usar formas de producción equivalentes a las que utilizan quienes dominan el espacio disputado. Entre esporádicos llamados al aprovechamiento de indefinidas «tecnologías adecuadas», fue abriéndose paso la idea de que las tecnologías para el manejo de la información son intrínsecamente neutras. Las tecnologías podrían ser utilizadas en favor de unos intereses o de otros; cuando se hablaba de no neutralidad se aludía a ideologías explícitas o implícitas de los mensajes, al tipo de omisiones y reiteraciones, no a la lógica tecnoproductiva del sistema. Se pensó que se definían las culturas propias disputando poder en el campo del otro y dejó de percibirse que las culturas no siempre resisten la implantación de tecnologías que modifican las condiciones materiales y espirituales de su producción. El sentimiento de pertenencia, de ser alguien junto a los otros -rasgos insustituibles de las culturas tradicionales- son irreductibles al concepto instrumental de la comunicación. Los discursos del nomic, al no preguntarse por la significación inmanente de las tecnologías, se negaron a la diferencia y aceptaron -tal vez sin quererlo- la propuesta más perdurable del sistema: la visión etnocéntrica del Occidente tecnorracionalista.

Si por algo se justifica volver al pasado donde creció el nomic es porque su genealogía nos habla de nuestros problemas más inmediatos, aquellos que aún se abren como preguntas inquietantes: ¿cómo pensar en valores que trasciendan, a la vez, la aeticidad del pragmatismo dominante y la escandalosa miseria de un número cada vez mayor de seres humanos?, ¿cómo atrevernos a evitar atajos tranquilizantes que, entre otras cosas, ubican el mal en los otros y no en nosotros mismos?, ¿cómo admitir que el weberiano desencanto del mundo es obra de nuestro pensar y de nuestro hacer?, ¿cómo arriesgarnos a los momentáneos vacíos de seguridades que antes nos ofrecían viejas creencias y viejas instituciones?

Deberíamos aceptar, sin lágrimas, que el nomic ha muerto. Y dejar que otros muertos lo entierren. Vivimos tiempos en que las «buenas nuevas» se vuelven irreconocibles porque simulan venir de todas partes. La palabra «humanidad», que solía evocar esperanza, se ha ido transformando en una ironía. El nombre del nuevo programa de la unesco, «Comunicación al servicio de la humanidad»,11 es una verdadera desmesura si se piensa que, en realidad, la humanidad es la que se está poniendo al servicio de la comunicación, cuando se entiende por tal la acción de los complejos sistemas integrados que envuelven el planeta y que aspiran a ver en cada uno de los hombres una terminal complementaria de otra terminal de computadora. Las voces múltiples de la aldea global se asemejan cada vez más a la confusión babélica, aquel castigo a la soberbia de los constructores de la primera torre con que aspiraban conquistar el cielo. El Pentecostés, la comunicación, no vendrá por la proliferación de contactos electrónicos ni a través de códigos digitales que olvidan el temblor de lo humano. Pero vale la pena imaginar que vendrá.

(1990)

11. El Tercer Plan a Mediano Plazo (1990-1995) de la unesco establece este nombre al área rv de su Programa Mayor. La revista Media Dcvelopmentmcluye en su número tres de 1990 una serie de comentarios sobre este programa que actualizan el tema del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación. Sus autores fueron activos participantes del debate internacional en los últimos años: Hamid Mowlana, Herbert Schiller, Cees Hamelink, Colleen Roach, Wolfgang Kleinwachter, Rohan Samarajiva, Karoljakubowicz, Rafael Ron-cagliolo, Slavko Splichal, Kaarle Nordenstreng.

Resulta de especial interés consultar la edición especial (NB 2,1990) del boletín Mass Media in the World, octubre de 1990, publicado por el Instituto Internacional de Periodismo, en Praga. Dedicado al tema «Mass media in Central and Eastern Europe: 1989-1990», pasa revista a la repercusión en los medios masivos de los profundos cambios políticos y económicos ocurridos durante esos años en los países del Este europeo.

“La publicidad política (y la política de la publicidad) en la
Argentina”, Diálogos de la Comunicación, núm.27, julio 1990
http://www.felafacs.org/dialogos/pdf27/4.%20Heriberto.pdf

“La industria cultural argentina en la dictadura y la transición
democrática”, Diálogos de la Comunicación, núm.21, julio http://www.felafacs.org/dialogos/pdf21/muraro.pdf1988

 

 

 

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